Autor(es): Mario Sartor
Resumen: Carlo Borromeo, en las Instituciones Eclesiásticas de 1577, después del Concilio, aducía a nombre de la Iglesia católica que ésta había intentado una renovación con el Concilio de Trento; iniciativa que había parecido ligar entre sí experiencias profundamente lejanas de la Iglesia de los orígenes, con otras cercanas que el Humanismo y el Renacimiento habían cosechado. El arte —del que también Borromeo gustaba— no podía tener un espacio especulativo totalmente autónomo, esto es, libre de toda afectación humanista, sino que debía conciliarse con el punto de vista “clementino”. Por tanto, no debía ir más allá de ciertos límites considerados como “técnica eterofinalista”, pues la arquitectura religiosa tenía que ceñirse a determinadas reglas, como las anteriores a las Constitutiones apostólicas. Esto significó un salto al pasado, una recuperación consciente de valores culturales medievales. Al mismo tiempo, las Etymologiae de Isidoro de Sevilla, redactadas entre los siglos vi y vii habían tratado de dar sistematicidad a las artes, particularmente a la arquitectura, concibiendo finalmente las artes figurativas en función de la arquitectura. En todo eso, Vitrubio había sido la influencia más notable, no sólo en el ámbito teórico, sino también en el práctico, y resurgía una terminología significativa que determinaba los elementos fundamentales de un edificio: dispositio, constructio, venustas.