Autor(es): Anita Brenner
Resumen: La temporada de verano en México ofrece varias perspectivas de interés, entre las cuales un ítem muy atractivo es la exposición de pinturas coloniales que, habiendo salido de contrabando, hace poco recuperó el gobierno. La historia que hay detrás de estas pinturas es deliciosa crema política para Fernando Gamboa, titular del departamento de artes plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, y una pluma en el tocado de buen vecino del jefe de la policía de San Francisco. Tal parece que alguien en San Francisco escuchó que un lote de antigüedades mexicanas se estaba ofreciendo a la venta de una manera bastante misteriosa, fue a echar un vistazo y dio aviso al consulado de México. Gamboa llegó en avión a la escena y, con la policía de California cubriéndole la espalda, descubrió que se trataba de algo más que de un lote. La pista, rastreada en el mejor estilo Perry Mason, condujo a la casa en Los Ángeles de un excéntrico millonario que murió en fechas recientes dejando una amplia colección de arte, de arte colonial mexicano en buena medida, que ahora sus herederos se habían puesto a vender a toda prisa. La mayor parte de esta colección, una vez localizada, resultó estar integrada por materiales que no habrían podido cruzar la frontera de forma ortodoxa, y que obviamente así no fue como la cruzaron. Muchas de las pinturas estaban muy dobladas, pues se las plegó para formar bultos pequeños. Era evidente que a algunas de ellas se las empleó como maletines de tela y otras estaban tan manchadas y raspadas que al parecer las pasaron debajo de la alfombra de un automóvil. El gobierno mexicano puso una demanda por todas las pinturas que fue posible localizar, ochocientas en total, las cuales tal vez sí o tal vez no eran parte de la colección original.