Autor(es): Margarita Loera , Ramsés Hernández
Resumen: Proyecto Conservación del Patrimonio Cultural y Ecológico en los Volcanes, Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH. Desde tiempos muy remotos de la época prehispánica, los poblados ubicados en paisajes aledaños a volcanes, montañas, lagos y ríos tenían un ritual muy especial ligado con el culto a deidades o fuerzas de la naturaleza que consideraban residían allí, y a quienes solicitaban lluvias y buenos temporales para el logro de la reproducción del ciclo de la vida, incluyendo al propio hombre, y las labores agrícolas, de caza y de recolección. En ese contexto, la montaña era vista como un gran templo que cubría y proporcionaba las aguas. Las altas cimas de los volcanes y cerros de importancia se miraban como depósitos de agua, y cuando había en ellos manantiales que fluían de sus cuevas se pensaba que eran brazos de mar, cuya función era la irrigación del entorno natural donde surgía la vida. Por ello se veneraban, igual que a los ríos y los lagos que formaban parte importante del culto acuático que signó de manera hegemónica y generalizada a los pueblos prehispánicos de Mesoamérica.